El último pupitre

A estas alturas, de todos es sabido que las democracias del mundo están por debajo de eso que llaman los mercados. Y todos sabemos también que no es más que el eufemismo con el que referirse a esos cuatro que manejan los hilos de nuestras vidas.

Después de que esas fatuas parcas hayan provocado una crisis descomunal a nivel mundial y como no hay nadie dispuesto a plantarles cara, pretenden que acatemos sus decisiones para salir de esa misma crisis. Si piensas que esas decisiones sólo sirven para que ellos salgan de la crisis más reforzados, aún estás en lo cierto. Nosotros perderemos lo poco que nos queda por medio de nuevas privatizaciones y de nuevos recortes de derechos y libertades sociales.

La pasividad mundial ante estos tiburones es tal que su hambre desmedida acabará por devorarnos a todos y quedarse sin más recursos que engullir.

Cuando alguien tan opulento sigue en su trono después de haber hecho las cosas muy mal y haber sido públicamente destapado como el culpable de esta situación, se embriaga de poder a niveles insospechados. Sólo de un borracho se pueden esperar semejantes majaderías y sólo de una población tan ilusa y sometida se puede esperar que no reviente ante tales abusos. Porque se me acaban los términos para describir tales incoherencias: nos piden que reduzcamos todo el gasto posible y aún así nos piden que nuestra economía crezca.

Si se nos pide que nos arrojemos desde un noveno piso y salgamos volando el único final posible es el evidente desparrame de sesos en la acera. Y eso es precisamente lo que esperan los mercados, que nos desparramemos para poder ellos recoger las sobras y engordar aún más sus sebosas y podridas entrañas.

¿Y qué hacen los gobiernos, títeres de tan asquerosos señores? Hacen lo mismo con sus recursos humanos, quiero decir, sus ciudadanos. Es decir, recortarnos derechos, libertades, salarios, robarnos el patrimonio del Estado para dárselo a manos privadas, empeorar los servicios públicos para hacerlos débiles frente a los privados... Pero no se detienen ahí, tras apretarnos el cinturón de manera que nada nos pase ya al estómago, tras taparnos la boca para que no protestemos, tras confundir nuestras conciencias con falsa solidaridad, tras robarnos las esperanzas, después de todo eso nos instan a ser más productivos y nos arengan al consumismo para recuperar la economía. ¿Te parece un sin sentido? Lo es. Todo esto no es más que un guión absurdo escrito por sucias manos y que por el momento seguimos al pie de la letra hasta el apoteósico final, un final en el que los buitres comerán carroña en la acera.