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Tengo pensado tratar la ley anti-tabaco pero en esta ocasión el tema elegido es la ley anti-opio. ¿Cómo? ¿Que el opio ya se considera ilegal? Cierto, pero yo me refiero al opio del pueblo.
Sé que últimamente estoy un poco pesadito (1 y 2) con este tema, pero es que de vez en cuando surgen noticias que nos recuerdan que el siglo XXI no es tan avanzado como debiera y uno no deja de pensar en ello día tras día.
Espero que los capitalistas no me crucifiquen por usar una cita de Marx... ¡mierda! Espero que nadie me fusile por nombrar el crucifijo... ¡mierda! Por favor, que nadie me ponga en su lista negra por revolver en la memoria histórica con el tema de los fusilamientos... A qué viene tanta chorrada, os preguntaréis. Pues a que los problemas centrales de todo esto son el respeto y la ofensa. Y es que a veces aquellos que más respeto demandan son los que más ofenden, ya que sus mentes obtusas se escudan en la ridículas ofensas para erigirse como juez, jurado y verdugo.
Hay muchos espabilados que disfrazan sus intereses con elegantes vestidos, cosidos con bonitos ideales para obnubilar las numerosas mentes estúpidas que infectan nuestro planeta. Tontos con tan poca autoestima que están deseosos de seguir a alguien mejor que ellos. Dispuestos a luchar y, en ocasiones, morir y matar por su líder.
Hay multitud de ejemplos, pero entre todos ellos siempre destaca ese opio del pueblo. Aún hoy en día, la religión es una de las herramientas de control más poderosas. Y disfrazado de ideología religiosa, aprovechando la debilidad e ignorancia de las mentes vasallas, el terror vuelve a imponerse. Y lo hace a pesar de que a menudo sus exigencias sean de chiste. Chistes que te hacen reír por no llorar como el de la discoteca La Meca.
Los dirigentes islamistas que no se consideran radicales deberían haberse posicionado a favor de la libertad de expresión y de la lucha contra el absurdo. Y en contra de las amenazas de los radicales. Si los que tienen ese poder no actúan con responsabilidad para decir públicamente a sus seguidores que el terror nunca está justificado, para mí ellos también son culpables.
Recordemos que está en juego la libertad de expresión y si perderla es algo terrible, aún es más trágico que ese extravío sea fruto del absurdo.
Como se suele decir, la realidad supera a la ficción. Y como esta historia parece sacada de una película, ¡que tiemble la meca del cine!, por blasfema.
Sé que últimamente estoy un poco pesadito (1 y 2) con este tema, pero es que de vez en cuando surgen noticias que nos recuerdan que el siglo XXI no es tan avanzado como debiera y uno no deja de pensar en ello día tras día.
Espero que los capitalistas no me crucifiquen por usar una cita de Marx... ¡mierda! Espero que nadie me fusile por nombrar el crucifijo... ¡mierda! Por favor, que nadie me ponga en su lista negra por revolver en la memoria histórica con el tema de los fusilamientos... A qué viene tanta chorrada, os preguntaréis. Pues a que los problemas centrales de todo esto son el respeto y la ofensa. Y es que a veces aquellos que más respeto demandan son los que más ofenden, ya que sus mentes obtusas se escudan en la ridículas ofensas para erigirse como juez, jurado y verdugo.
Hay muchos espabilados que disfrazan sus intereses con elegantes vestidos, cosidos con bonitos ideales para obnubilar las numerosas mentes estúpidas que infectan nuestro planeta. Tontos con tan poca autoestima que están deseosos de seguir a alguien mejor que ellos. Dispuestos a luchar y, en ocasiones, morir y matar por su líder.
Hay multitud de ejemplos, pero entre todos ellos siempre destaca ese opio del pueblo. Aún hoy en día, la religión es una de las herramientas de control más poderosas. Y disfrazado de ideología religiosa, aprovechando la debilidad e ignorancia de las mentes vasallas, el terror vuelve a imponerse. Y lo hace a pesar de que a menudo sus exigencias sean de chiste. Chistes que te hacen reír por no llorar como el de la discoteca La Meca.
Los dirigentes islamistas que no se consideran radicales deberían haberse posicionado a favor de la libertad de expresión y de la lucha contra el absurdo. Y en contra de las amenazas de los radicales. Si los que tienen ese poder no actúan con responsabilidad para decir públicamente a sus seguidores que el terror nunca está justificado, para mí ellos también son culpables.
Recordemos que está en juego la libertad de expresión y si perderla es algo terrible, aún es más trágico que ese extravío sea fruto del absurdo.
Como se suele decir, la realidad supera a la ficción. Y como esta historia parece sacada de una película, ¡que tiemble la meca del cine!, por blasfema.
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