El último pupitre

Después de tres meses con la nueva ley anti-tabaco funcionando puedo decir que estoy bastante contento de poder elegir libremente qué mierdas tomar en los bares (exceptuando la música). Ya sólo faltan los coches, grandes fábricas... aunque intuyo que será más complicado.

Pero claro, como toda ley, ésta también nos la saltamos y de vez en cuando me veo obligado a inhalar el dañino y nauseabundo humo ajeno. Parece que lo que aguantamos los fumadores pasivos nunca es suficiente. Parecía que ahora nos tocaba a nosotros sentirnos libres pero no es así porque la gente, aunque menos que antes, sigue fumando en los bares con el consentimiento de los dueños.

El fumador, víctima de su adición, es en general una persona egoísta, que exige respeto pero no respeta a nadie. No cabe otra explicación cuando tus propios amigos ningunean tus pulmones al fumar en tus narices, cuando padres exhalan el sucio veneno delante de sus propios bebés.

Es terrible pensar que alguien que se meta drogas de las denominadas duras, de esas socialmente incorrectas, lo hace sin perjudicar directamente a terceros y que un fumador, aún aceptado por la sociedad hoy en día, perjudica directamente a todos los que lo rodean.

Sus envenenadas y nubladas mentes les hacen creer que yo soy el intolerante, el que les priva de su libertad a fumar cuando y donde quieran. Vuestro tiempo pasó, ahora nos toca a nosotros disfrutar de nuestra libertad porque sólo reclamamos nuestra libertad a no ser envenenado por otros.